La voz del Papa en la "jornada mundial de la juventud"

El Papa Francisco presidió en la mañana del domingo 27 de enero del 2019, la Santa Misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) 2019 en el Campo San Juan Pablo II – Metro Park, ante los jóvenes llegados a Panamá desde los cinco continentes que estaban en el lugar en vigilia desde el día anterior.

En su homilía el Santo Padre nos regaló algunas ideas sobre la necesidad  de anunciar sin demora la "buena noticia", que merece la pena meditar con atención.

 

«Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él. Entonces comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,20-21)

Jesús revela el ahora de Dios que sale a nuestro encuentro para convocarnos también a tomar parte en su ahora de «llevar la Buena Noticia a los pobres, la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia en el Señor» (cf. Lc 4,18-19). Es el ahora de Dios que con Jesús se hace presente, se hace rostro, carne, amor de misericordia que no espera situaciones ideales, situaciones perfectas para su manifestación, ni acepta excusas para su realización. Él es el tiempo de Dios que hace justa y oportuna cada situación, cada espacio. En Jesús se inicia y se hace vida el futuro prometido.

¿Cuándo? Ahora. Pero no todos los que allí lo escucharon se sintieron invitados o convocados. No todos los vecinos de Nazaret estaban preparados para creer en alguien que conocían y habían visto crecer y que los invitaba a poner en acto un sueño tan esperado. Es más, «decían: “¿pero este no es este el hijo de José?”» (Lc 4,22).

También a nosotros nos puede pasar lo mismo. No siempre creemos que Dios pueda ser tan concreto, tan cotidiano, tan cercano y tan real, y menos aún que se haga tan presente y actúe a través de alguien conocido como puede ser un vecino, un amigo, un familiar. No siempre creemos que el Señor nos pueda invitar a trabajar y a embarrarnos las manos junto a Él en su Reino de forma tan simple pero contundente. Cuesta aceptar que «el amor divino se haga concreto y casi experimentable en la historia con todas sus vicisitudes dolorosas y gloriosas» (BENEDICTO XVI, Audiencia general, 28 septiembre 2005).

Y no son pocas las veces que actuamos como los vecinos de Nazaret, que preferimos un Dios a la distancia: lindo, bueno, generoso, bien dibujadito, pero distante, y sobre todo un Dios que no incomode, un Dios domesticado. Porque un Dios cercano y cotidiano, amigo y hermano nos pide aprender de cercanías, de cotidianeidad y sobre todo de fraternidad. Él no quiso tener una manifestación angelical o espectacular, sino que quiso regalarnos un rostro hermano y amigo, concreto, familiar. Dios es real porque el amor es real, Dios es concreto porque el amor es concreto. Y es precisamente esta «concreción del amor lo que constituye uno de los elementos esenciales de la vida de los cristianos» (cf. BENEDICTO XVI, Homilía, 1 marzo 2006).

Nosotros también podemos correr los mismos riesgos que los vecinos de Nazaret, cuando en nuestras comunidades el Evangelio se quiere hacer vida concreta y comenzamos a decir: “Pero estos chicos, no son hijos de María, José, y no son hermanos de, son parientes de… Estos no son los jovencitos que nosotros ayudamos a crecer… Que se callen la boca, ¿cómo les vamos a creer?. Ese de allá, ¿no era el que rompía siempre los vidrios con su pelota”. Y lo que nació para ser profecía y anuncio del Reino de Dios termina domesticado y empobrecido. Querer domesticar la Palabra de Dios es tentación de todos los días.

E incluso a ustedes, queridos jóvenes, les puede pasar lo mismo cada vez que piensan que su misión, su vocación, que hasta su vida es una promesa pero solo para el futuro y nada tiene que ver con el presente. Como si ser joven fuera sinónimo de sala de espera de quien aguarda el turno de su hora. Y en el “mientras tanto” de esa hora, les inventamos o se inventan un futuro higiénicamente bien empaquetado y sin consecuencias, bien armado y garantizado con todo “bien asegurado”. No queremos ofrecerles a ustedes un futuro de laboratorio.

Uno de los frutos del pasado Sínodo fue la riqueza de poder encontrarnos y, sobre todo, escucharnos.

La riqueza de la escucha entre generaciones, la riqueza del intercambio y el valor de reconocer que nos necesitamos, que tenemos que esforzarnos en propiciar canales y espacios en los que involucrarse en soñar y trabajar el mañana ya desde hoy. Pero no aisladamente, sino juntos, creando un espacio común. Un espacio que no se regala ni lo ganamos en la lotería, sino un espacio por el que también ustedes deben pelear. Ustedes jóvenes deben pelear por su espacio hoy, porque la vida es hoy, nadie te puede prometer un día del mañana. tu jugarte es hoy, tu espacio es hoy, ¿como estas respondiendo a esto?

Porque ustedes, queridos jóvenes, no son el futuro. Nos gusta decir que son el futuro, no. Son el presente, ustedes jóvenes son el ahora de Dios. Él los convoca y los llama en sus comunidades, los llama en sus ciudades para ir en búsqueda de sus abuelos, de sus mayores; a ponerse de pie y junto a ellos tomar la palabra y poner en acto el sueño con el que el Señor los soñó. No mañana, ahora, porque allí, ahora, donde esté su tesoro allí estará también su corazón 

Para Jesús no hay un “mientras tanto” sino amor de misericordia que quiere anidar y conquistar el corazón. Él quiere ser nuestro tesoro, porque Jesús no es un “mientras tanto” en la vida o una moda pasajera, es amor de entrega que invita a entregarse.

Es amor concreto, de hoy, cercano, real; es alegría festiva que nace al optar y participar en la pesca milagrosa de la esperanza y la caridad, la solidaridad y la fraternidad frente a tanta mirada paralizada y paralizante por los miedos y la exclusión, la especulación y la manipulación. Hermanos: El Señor y su misión no son un “mientras tanto” en nuestra vida, un algo pasajero, no son solo una Jornada Mundial de la Juventud son nuestra vida de hoy y caminando.

Todos estos días de forma especial ha susurrado como música de fondo el “hágase” de María. Ella no solo creyó en Dios y en sus promesas como algo posible, le creyó a Dios y se animó a decir “sí” para participar en este ahora del Señor. Sintió que tenía una misión, se enamoró y eso lo decidió todo. Ustedes sientan que tienen una misión, se dejen enamorar y el Señor decidirá todo.

Como sucedió en la sinagoga de Nazaret, el Señor, en medio nuestro, sus amigos y conocidos, vuelve a ponerse de pie, a tomar el libro y decirnos: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,21).

Queridos jóvenes ¿Quieren vivir la concreción de su amor? Que vuestro “sí” siga siendo la puerta de ingreso para que el Espíritu Santo nos regale un nuevo Pentecostés a la Iglesia y al mundo. Que así sea.

Al final de esta celebración, doy gracias a Dios por habernos dado la posibilidad de compartir estos días y vivir nuevamente esta Jornada Mundial de la Juventud.

Gracias a todas aquellas personas que nos han sostenido con su oración, y que han colaborado con su esfuerzo y trabajo para hacer realidad este sueño de la Jornada Mundial de la Juventud en este país.

Y a ustedes, queridos jóvenes, un grande «gracias». Su fe y su alegría han hecho vibrar a Panamá, a América y al mundo entero. Como tantas veces escuchamos durante estos días en el Himno de esta JMJ: “Somos peregrinos que venimos hoy aquí desde continentes y ciudades”.

Estamos en camino, sigan caminando, sigan viviendo la fe y compartan la fe. No se olviden que no son el mañana, no son el “mientras tanto” sino el ahora de Dios.

Ya se ha anunciado la sede de la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Les pido que no dejen enfriar lo que han vivido durante estos días. Vuelvan a su parroquias y comunidades, a sus familias y a sus amigos, y transmitan lo que han vivido, para que otros puedan vibrar con esa fuerza e ilusión que ustedes tienen.

Con María sigan diciendo “sí” al sueño que Dios sembró en ustedes.

Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.

 
 
 
 

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